martes, 20 de mayo de 2014

Persiguiendo nuestro sueño

Islandia, un sitio al que siempre quise ir, pero a la vez un lugar tan desconocido para mí que cuando realmente tuve que ir, no lo creía, un lugar donde se mezclan el hielo y el fuego, un país situado en la línea del circulo polar ártico, siempre había sentido admiración pero lo consideraba demasiado lejano. 

Todo empezó un bonito jueves en abril, me desperté y con los nervios en el estómago me pude dar cuenta de que realmente ese día iba a viajar. 

Mi pareja y yo, tomamos un vuelo Stavanger-Bergen-Reykjavik, dormimos durante todo el viaje y cuando abrí mis ojos pude apreciar, pequeños trozos de hielo empañando la ventana indicándonos que volábamos a mucha altura, pero poco después empezamos a poder ver aquel paisaje que tanto me cautivó, parecía la luna, un suelo árido, desértico y lleno de cráteres, un gran océano que rodeaba aquel pequeño país. Emocionados aterrizamos en aquel país tan desconocido en el que tantas leyendas se contaban.


No perdimos ni un momento directos nos fuimos junto con nuestras mochilas a descubrir Islandia, no queríamos perder ni un segundo ya que ¡cada segundo cuenta en un viaje!

Nos sentíamos fascinados de poder estar en la gran y a la vez pequeña isla, con tantos sitios por visitar, lo digo, Islandia es como un gran paraje natural que ocupa todo el país, mi sensación fue como estar dentro de un precioso documental en el que no sabías que esperar.

Todo era muy diferente a lo que ambos habíamos visto antes, no era una ciudad europea con grandes edificios y cientos de personas en la calle, pudimos ver calles largas, pero vacías, montañas desiertas, carreteras sin coches, pero se respiraba una paz y unas ganas de aventuras increíbles. 




Visitando lugares como  Blue Lagoon, el parque Nacional de Pingvellir, la cascada Gulfoss, los géiser, pequeños pero encantadores pueblos con muchísimos secretos por descubrir y pequeños glaciares con los que me fui dando cuenta de cuanto había echado de menos la naturaleza y que suerte teníamos de estar allí. 
Con el cambio de hora los días eran largos y las noches cortas lo que era algo mágico en un país tan cerca a Groenlandia. 




Mientras, nos dejamos llevar y disfrutamos de momentos placenteros que la naturaleza les regalaba a nuestros ojos y a nuestros sentidos.

 Reímos, descubrimos, sentimos, experimentamos, alucinamos, estaba siendo y fue un viaje increíble, en el que pudimos conocer la cultura como nunca, gracias a risueños Islandeses, puede ser que vivan en un desértico y frío país pero a corazón no les gana nadie, nos sentimos acogidos por ellos en el primer momento que pisamos tierra élfica, con sus historias, sus leyendas que nos hacían reír y a la vez soñar un poco más, darnos cuenta de como de poderosa es la mente humana y como de diferente era mi cultura a la de ellos y como de iguales podíamos llegar a ser todos. 

Como con todo lo bueno, el tiempo desapareció sin apenas darnos cuenta y en un abrir y cerrar de ojos pude vernos volando de nuevo a otra tierra para mí desconocida, pero más familiar, Noruega, nuestro viaje había finalizado pero en nuestra mente quedaban esos increíbles recuerdos que solo nosotros dos podíamos entender y recordarlos una y otra vez sin cansarnos de oírlos, recordando esos bonitos lugares visitados y sintiendo todavía el característico olor a azufre de Islandia, junto con su gente y su cultura. 

Cerramos los ojos, disfrutamos del vuelo de vuelta a casa y al cabo de unas horas despertamos de nuevo en la vida real, pero estaba segura de que muchos más sueños como éste iban a llegar y pronto. 




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